AUSENCIAS,
Raúl Clavero
Este autor puede ser un desconocido para muchos lectores, pero para
quienes estén atentos a los fallos de certámenes nacionales el nombre de Raúl
Clavero es habitual sencillamente por ser uno de los escritores más premiados
del momento. Su especialidad son los cuentos, y, a tenor del regusto que
todavía conservo en el paladar, los cocina muy bien. En este libro ofrece
veinte cuentos premiados en su ya larga trayectoria, pero no estamos ante una
acumulación de relatos sin un hilo en común, más bien mantienen un lazo
interno que los une, un mismo sentimiento de pérdida donde apenas cabe el
consuelo.
Escribe principios memorables,
ágiles o envolventes que atrapa a un lector que agradecido se deja llevar:
“Jaime está sentado en la arena. Juega con un cubo y una pala. La espuma del
agua le acaricia los tobillos. Se pone en pie. Me mira un momento. Sonríe.
Sonrío. Es uno de esos escasos instantes de perfección absoluta con los que, de
cuando en cuando, te engaña la vida” (p. 29) . En otros momentos, in media res, sorprende al lector ya
acomodado a su estilo: “Empecé en el psiquiátrico. Un día una terapeuta me dio
una lámina metálica y un martillo. Me dijo que la golpeara hasta espantar todos
los miedos. Aún no he terminado de golpear –dice mirándote fijamente–. He hecho
una escultura por cada uno de mis fantasmas. Nacho, Lucía, el profesor Márquez…
Pero todavía me faltas tú. No sé cómo golpearte” (p. 15). Y en muchos otros
momentos el final sorpresivo cierra cuentos magníficos: “Después, mirándose en
el espejo del baño, Martín salud a Stella” (p. 114).
En “La noria”, a partir de un
hecho vulgar y triste como ir a la feria, se desencadena un cuento fantástico,
o mejor, de cierto extrañamiento ficcional, un micromundo constituido por las
personas que viven en cada una de las carlingas de la atracción de la noria. Y
una vez más es el estilo ágil, sugerente y muy directo lo que salva al cuento.
El desenlace sorpresivo de
“Heridas” muestra cómo se construye un cuento desde el final, dosificando los
datos, sin desvelar más de lo necesario, narrado con una eficacia encomiable.
En muchos momentos se advierten
aciertos al inicio de un cuento. Hay oraciones y párrafos rotundos y
sugeridores: “Roberto estudiaba en su cuarto cuando escuchó un estruendo
similar al fin del mundo en el patio de su casa” ( p. 61).
En “Casa Dolores” se revela,
desde la perspectiva de un niño, el mundo secreto de su padre, del afecto que
este siente por el camarero Hans, de la definitiva huida del padre…, lo que
supone una adquisición violenta de la madurez, el descubrimiento de que existe
el fingimiento y un amor diferente.
En “Biografía”, a través de
comentarios sobre algunos libros esenciales, cuenta la vida de su padre y la
suya propia para explicar por qué se hizo escritor. En “Stella” no imagina el
lector, inmerso como está en el dramático incendio de la vivienda familiar, el
giro inesperado de la trama. Y en “Gran Vía-Gran Vía”, asistimos al proceso de
construcción de un cuento que refleja las vidas soñadas por un parado. En
“Picadillo” lo sugerido es clave en la comprensión del relato. En fin, cuatro
cuentos magníficos.
Estos relatos son ágiles y
directos como la verticalidad de un jugador excepcional. Sobresale, por encima
de otros méritos, un estilo de aparente sencillez, donde la eficacia
comunicativa prima sobre cualquier otro elemento estético. Eso, unido a
planteamientos y desenlaces muy bien construidos y resueltos, convierten este
libro en una muestra de imprescindible lectura para los amantes del género.
Anoten el nombre de este autor. Es una garantía de calidad al
alcance de muchos lectores.
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