EL CALLEJÓN DE LOS MILAGROS,
Naguib Mahfuz
Escojo del rimero de libros pendientes de lectura uno del escritor
árabe Naguib Magfuz. En concreto, empiezo a leer Palacio del deseo, un parte de la Trilogía de El Cairo junto con Entre dos palacios y La azucarera, y advierto de inmediato
que el libro que sintetiza mejor el mundo novelístico de Naguib Magfuz (El
Cairo, 1911-2006) no es otro que El
callejón de los milagros, una novela que en el fondo es una recreación de
El Cairo, pues en el callejón de Midaq pululan personajes con sus deseos y
ambiciones, un microcosmos que el autor utiliza de manera recurrente, si
dejamos al margen otras novelas en las que recreó el mundo faraónico.
Abandono Palacio del deseo y comienzo a releer El callejón de los milagros. Todos sus personajes están
perfectamente trazados con una técnica que recuerda a los grandes novelistas
decimonónicos: actúan, se expresan y también son definidos, por lo que la
información que tenemos de ellos es muy completa. En todos sus personajes late
una vida, pero una vida de ficción muy creíble, con no pocos rasgos
costumbristas. Así, el doctor Bushi, quien se dedica junto con Zaita a quitar
las dentaduras de los muertos en el cementerio, dice del sabio y bondadoso
Husaini: “Si enfermáis, id a curaros con el señor Husaini. Si os desesperáis,
contemplad la luz de su frente y recobraréis la esperanza. Si os apesadumbráis,
escuchad sus palabras y no tardaréis en recobrar la alegría”. Mientras que el
narrador omnisciente se refiere también a Husaini del siguiente modo: “Todo él
se había transformado en amor total, en deseo absoluto del bien, en paciencia”.
La dimensión filosófica de la novela se mantiene gracias a las reiteradas
reflexiones de Husaini: “¿Cómo podemos aburrirnos con el azul del cielo, la
hierba verde, las flores perfumadas, con la maravillosa capacidad de amar que
tiene el corazón y ante la infinita fuerza del espíritu para creer? ¿Cómo es
posible aburrirse en un mundo en que están los seres que amamos, que admiramos,
que nos aman y que nos admiran?”. El deseo que es difícilmente dominable lleva
a muchos personajes a la perdición, pues el anhelo de felicidad pocas veces se
cumple. Así, la pasión que el futuro soldado Abbas siente por Hamida –objeto de deseo de muchos de los
hombres del Callejón– se manifiesta con estas palabras: “Yo te amo. Te amo
desde hace mucho tiempo. Te amo más que tu madre. Te lo juro por mi fe en
al-Husain, en su antepasado y en su Señor”. A lo que el narrador apostilla:
“Hamida experimentó un intenso placer al oír estas palabras y se sintió
embargada por un sentimiento de orgullo que se avenía perfectamente con su
natural caprichoso y su gusto por el poder y el dominio. En ella se constató el
hecho de que las palabras de amor son siempre agradables a los oídos,
independientemente de lo que sienta el corazón. Son como un bálsamo para las
almas cerradas”.
La destreza de Naguib Mahfuz
para indagar en los deseos y explicar los sentimientos es máxima. Diría que su
estilo recuerda en este sentido a la gran novela francesa del siglo XIX. Por
esta y otras muchas cualidades en 1988 recibió el Premio Nobel de Literatura. Releo este libro extraordinario, y veo la fecha
en que lo compré: 25 de julio de 1989, Casa del Libro de Madrid, regalo de
Mamá. Andaba yo todavía vinculado intelectualmente con el mundo árabe. ¡Cuántos
recuerdos han brotado al escoger esta novela por azar del rimero de libros que
crece y crece junto a mi mesa!
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