martes, 26 de diciembre de 2017




 

ALREDEDORES, Antonio Moreno


Antonio Moreno alcanza con este su tercer libro un ejemplo de alta literatura y profunda reflexión sobre el sentido de la vida. No sé si decir que el núcleo de la obra de este poeta está cumplido, habida cuenta de su prolífica producción dispersa en poemas, libros de viajes y ensayos. Consta Alrededores (Pre-textos, 1995) de veinticinco poemas en prosa que captan la hermosura de los paisajes del campo (Barxell, La Sarga, Maitino, Alzabares), la luminosidad de mar (“En la escollera”) y algunos recodos apacibles de la ciudad. El hombre y el poeta, que vienen a ser el mismo en “estas ficciones que acaso tengan un punto de realidad”, se enfrentan a la naturaleza, sienten el paisaje, lo viven, pero no se funden en él siguiendo los dictados del panteísmo, sino que intentan captar el instante intenso para trasladar al papel lo que su retina vio y retuvo la memoria. Pareciera que el poeta sabe de la imposibilidad de no “añadir interpretaciones a la mirada”. Y es esta manera de mirar el mundo, de seleccionar los elementos del paisaje, de caminar al fin por sendas y pueblos de recóndita belleza, uno de los aciertos de este libro.
      Quisiera insistir en que el poeta se nutre del venero de los temas clásicos tratados siempre con un modo sencillo de decir. Así, se reflexiona sobre la devastación que provoca el paso del tiempo, y sobre la consiguiente exaltación del presente: “El presente es desnudez total, soledad frente al tiempo que pasa”. Alude el poeta a la incertidumbre sobre el futuro y a la imposible felicidad, siempre algo esquiva: “No existe un punto de madurez definitiva que, tras haberse alcanzado, presida serenamente la existencia”. Al mismo tiempo, el poeta contempla la belleza del mundo y transmite en sus versos cierto tono de serenidad, nostalgia y contenida emoción. Son muchas las reflexiones sobre el sentido de la literatura, sobre las falsas estéticas y poetas grandilocuentes (“burdos poetas a quienes les gusta llevar su pluma, con pensamientos y emociones retóricas, a palabras y conceptos revenidos que fueron vida en otros”), así como sobre el ejercicio propio de la escritura: “Porque escribir no es más que aislarse, henchir la soledad con su propia sustancia”.
      El otro gran acierto de este libro es su transparencia. Si pudiéramos aventar el libro como si de un fardo de trigo se tratara, el viento nada se llevaría, pues tal es el rigor expresivo de este poemario. Junto a un tono conciso, el léxico se agranda para nombrar la belleza rural, o cuando se detiene en la descripción de la luz: “Una luz como la de Vermeer entraba desde el patio silencioso al cuarto”.
      Asimismo, hace gala el poeta de variadas perspectivas narrativas. Si en ocasiones se camufla el autor (“el viajero”, “el caminante”, “el extranjero”), en otras utiliza un “yo” meditativo y una puntual segunda persona que apela al lector. Este juego de perspectivas, se enriquece con traslaciones temporales (a veces, contemplando el presente, un nimio detalle le hace rememorar el pasado, como sucede en “Perspectivas”) y también con la autocita de un texto (“Soledad de la ignorancia”) que siendo joven escribió y que hoy, ya hombre, comenta con cierta ironía y comprensión.
      Pasado un tiempo, releo este libro y me reafirmo en la idea de que estos poemas en prosa de Antonio Moreno me parecen extraordinarios ejemplos de cómo el poeta proyecta sobre el paisaje alicantino una sentida concepción elegíaca del mundo, con una transparencia expresiva digna de elogio.



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