SEÑOR DE LOS BALCONES, José Luis Vidal
Llega a mis manos esta completa antología que muestra con
rigor el quehacer poético de un poeta algo desconocido en el panorama nacional.
La obra de José Luis Vidal se amalgama en torno a unos temas recurrentes, todos
ellos insertos en la tradición clásica. El amor, la fidelidad al paisaje, la
sutil referencia a una biografía mínimamente desvelada, los detalles de una
naturaleza observada en los pormenores, en fin, un hombre poeta que contempla
el mundo propio y lo transmite con serena limpidez.
Los poemas están formados por lo
general con pocos versos y estos a su vez son de pocas sílabas. Parece como si
todo lo superfluo hubiera sido cribado por el cedazo de la autoexigencia del
autor con el propósito de ofrecer unos poemas esenciales y de una emoción
siempre contenida.
La contemplación de un paisaje (Junto al agua), la evocación de la
infancia, la primacía del amor (Amor que
sobrevive), la presencia del padre (Curandero),
la visión admirativa de la naturaleza (Luz
que no defrauda), el asombro ante las cosas expresado con ciertas
reminiscencias clásicas (Vuelo), son
algunos de los motivos que muestra la poesía de José Luis Vidal, unos poemas
que guardan no solo una tonalidad expresiva similar sino un mismo mundo de
referencias temáticas.
Con la misma sorpresa con que el
autor contempla su mundo y la naturaleza de las cosas que le admiran, así el
lector, si decide detenerse con atención, se sorprenderá de la luz pura de unos
poemas limpios y sin hueras pretensiones.
Leamos dos poemas
extraordinarios:
INFANCIA
Recuerdo
a mis amigos
con
aquella ilusión entre sus manos,
haciéndola
girar
como
hace un carrusel
y
sus rojos y azules caballitos
inmortales…,
hasta
romperse una mañana
en
el estudio de mi padre,
y
Francia,
Groenlandia,
Italia…
se desangran en el suelo
entre
mi llanto
y
los chillidos de mi madre.
OTRA
LUZ
“y al aparecer […] la Aurora de rosados dedos …”. Ilíada,
I, 477
Padre,
tú
me diste un jardín sin sobresaltos…
Habla
el aire en el álamo temblón.
Rila
el jilguero, pellizcado
por
los dedos del alba.
Y
mira al negro escarabajo:
todo
el oro del mundo
luce
en su baúl.
Yo
no sabía nada de estos seres
como
polímeros de fuego
o
controladas explosiones de color.
Amo
la cara oculta de las hojas,
el
paladar sensible del arroyo,
el
silencio que enciende las cigarras…
Oh,
el silencio se mueve:
su
clara pulpa sensitiva
es
una música sin templo,
y,
en su quieta armonía,
su
voz se oye
como
una prometida claridad
que
hemos ganado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario