miércoles, 17 de mayo de 2017




 
                                            

SEÑOR DE LOS BALCONES, José Luis Vidal

Llega a mis manos esta completa antología que muestra con rigor el quehacer poético de un poeta algo desconocido en el panorama nacional. La obra de José Luis Vidal se amalgama en torno a unos temas recurrentes, todos ellos insertos en la tradición clásica. El amor, la fidelidad al paisaje, la sutil referencia a una biografía mínimamente desvelada, los detalles de una naturaleza observada en los pormenores, en fin, un hombre poeta que contempla el mundo propio y lo transmite con serena limpidez.
Los poemas están formados por lo general con pocos versos y estos a su vez son de pocas sílabas. Parece como si todo lo superfluo hubiera sido cribado por el cedazo de la autoexigencia del autor con el propósito de ofrecer unos poemas esenciales y de una emoción siempre contenida.
La contemplación de un paisaje (Junto al agua), la evocación de la infancia, la primacía del amor (Amor que sobrevive), la presencia del padre (Curandero), la visión admirativa de la naturaleza (Luz que no defrauda), el asombro ante las cosas expresado con ciertas reminiscencias clásicas (Vuelo), son algunos de los motivos que muestra la poesía de José Luis Vidal, unos poemas que guardan no solo una tonalidad expresiva similar sino un mismo mundo de referencias temáticas.
Con la misma sorpresa con que el autor contempla su mundo y la naturaleza de las cosas que le admiran, así el lector, si decide detenerse con atención, se sorprenderá de la luz pura de unos poemas limpios y sin hueras pretensiones.
Leamos dos poemas extraordinarios:

INFANCIA
Recuerdo a mis amigos
con aquella ilusión entre sus manos,
haciéndola girar
como hace un carrusel
y sus rojos y azules caballitos
inmortales…,
hasta romperse una mañana
en el estudio de mi padre,
y Francia,
Groenlandia,
Italia… se desangran en el suelo
entre mi llanto
y los chillidos de mi madre.



OTRA LUZ

“y al aparecer […] la Aurora de rosados dedos …”.  Ilíada, I, 477


Padre,
tú me diste un jardín sin sobresaltos…

Habla el aire en el álamo temblón.
Rila el jilguero, pellizcado
por los dedos del alba.
Y mira al negro escarabajo:
todo el oro del mundo
luce en su baúl.

Yo no sabía nada de estos seres
como polímeros de fuego
o controladas explosiones de color.

Amo la cara oculta de las hojas,
el paladar sensible del arroyo,
el silencio que enciende las cigarras…
Oh, el silencio se mueve:
su clara pulpa sensitiva
es una música sin templo,
y, en su quieta armonía,
su voz se oye
como una prometida claridad
que hemos ganado.

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