viernes, 12 de mayo de 2017




 
                                            



MÚSICA PARA FEOS, Lorenzo Silva

No sugiere el título de esta novela el contenido de la misma, pero acabada su lectura, el lector atento sí le encuentra el sentido. Lorenzo Silva cuenta el camino que inician dos personajes perdidos desde la soledad hasta la felicidad, y viceversa. Mónica es una periodista treintañera que vive modestamente con un ínfimo trabajo. Ramón, un hombre algo mayor, que le oculta hasta el final a qué se dedica. Y en una noche de bares y copas coinciden, se acercan temerosos de que el amor pueda hacerles daño, dubitativos de que pueda romperse esa íntima e inesperada sensación de felicidad que sienten.
      El acierto de esta novela quizá radique en el tono convincente que Mónica, la narradora protagonista, le imprime. La escribe como necesidad y homenaje a Ramón, un hombre íntegro que compartió con ella poco tiempo, pero el suficiente para darle lo mejor de su vida. Y en la narración lineal de los hechos se intercalan los textos que se escriben en el guasap, único medio para comunicarse habida cuenta del destino laboral de Ramón. Reacio a descubrir su trabajo, acaba revelando que es miembro del Mando de Operaciones Especiales, con sede en Alicante, si bien la novela sitúa al personaje en Afganistán. Tras la muerte de Ramón, Mónica emprende una investigación para documentar su novela, para intentar comprender la personalidad de su amado compañero, para en definitiva seguir queriéndole.
      Y junto a estos textos del guasap, sobresalen los fragmentos de canciones que ambos intercalan. La música se convierte así en una manera que permite que ambos vayan mostrando sus sentimientos. Quien haya leído la magnífica novela juvenil del mismo autor, El cazador del desierto, podrá valorar el esfuerzo que Lorenzo Silva realizó para perfilar a un personaje adolescente que necesitaba de algunas películas para explicarse. Ahora, en Música para feos, tanto Mónica como Ramón son concientes del valor de la música en sus vidas, hasta el punto de que Ramón la interpela: “¿Qué quieres decirme con la canción?”. Son variadas pero siempre emotivas las músicas que los acompañan, pero Leonard Cohen, abre la novela y justifica su título: “Somos feos, pero tenemos la música”.
       Hay muchos momentos sutiles que demuestran la capacidad del autor para analizar los sentimientos. Especialmente hermoso es su análisis de la sensación de alegría íntima que la protagonista experimenta cuando se aproxima lentamente al primer encuentro con Ramón en el Retiro: “Quería disfrutar del paseo, por si terminaba siendo la mejor experiencia del día. Lo que esperamos no siempre resulta estar a la altura, pero los instantes de espera, cuando la ilusión aún se mantiene intacta, y cuando se tiene la intuición de que se espera algo que vale la pena y que podría llegar, son de los pocos espacios de placidez y plenitud que conoce el alma humana. Me gusta tanto caminar, y esperar, como esperar mientras camino” (pág. 47). Y valga otra muestra que da sentido a esta historia de amor contracorriente: “La felicidad, ahora puedo recordarlo y contarlo, incluso debo, existe y es pasear de la mano bajo el sol de Madrid, camino del metro, después de haber desayunado tranquilamente, y que al llegar al metro cada uno vaya a tomar una dirección distinta y eso no importe” (pág. 72).
      Quien esto escribe ha disfrutando leyendo esta sencilla novela de amor, que en el fondo supone, mutatis mutandi, un nuevo y elogioso discurso sobre las Armas y las Letras.

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