MÚSICA PARA FEOS, Lorenzo Silva
No sugiere el título de esta novela el contenido de la
misma, pero acabada su lectura, el lector atento sí le encuentra el sentido.
Lorenzo Silva cuenta el camino que inician dos personajes perdidos desde la
soledad hasta la felicidad, y viceversa. Mónica es una periodista treintañera
que vive modestamente con un ínfimo trabajo. Ramón, un hombre algo mayor, que
le oculta hasta el final a qué se dedica. Y en una noche de bares y copas
coinciden, se acercan temerosos de que el amor pueda hacerles daño, dubitativos
de que pueda romperse esa íntima e inesperada sensación de felicidad que
sienten.
El acierto de esta
novela quizá radique en el tono convincente que Mónica, la narradora
protagonista, le imprime. La escribe como necesidad y homenaje a Ramón, un
hombre íntegro que compartió con ella poco tiempo, pero el suficiente para
darle lo mejor de su vida. Y en la narración lineal de los hechos se intercalan
los textos que se escriben en el guasap, único
medio para comunicarse habida cuenta del destino laboral de Ramón. Reacio a
descubrir su trabajo, acaba revelando que es miembro del Mando de Operaciones Especiales,
con sede en Alicante, si bien la novela sitúa al personaje en Afganistán. Tras
la muerte de Ramón, Mónica emprende una investigación para documentar su
novela, para intentar comprender la personalidad de su amado compañero, para en
definitiva seguir queriéndole.
Y junto a estos
textos del guasap, sobresalen los
fragmentos de canciones que ambos intercalan. La música se convierte así en una
manera que permite que ambos vayan mostrando sus sentimientos. Quien haya leído
la magnífica novela juvenil del mismo autor, El cazador del desierto, podrá valorar el esfuerzo que Lorenzo
Silva realizó para perfilar a un personaje adolescente que necesitaba de
algunas películas para explicarse. Ahora, en Música para feos, tanto Mónica como
Ramón son concientes del valor de la música en sus vidas, hasta el punto de que
Ramón la interpela: “¿Qué quieres decirme con la canción?”. Son variadas pero
siempre emotivas las músicas que los acompañan, pero Leonard Cohen, abre la
novela y justifica su título: “Somos feos, pero tenemos la música”.
Hay muchos momentos
sutiles que demuestran la capacidad del autor para analizar los sentimientos.
Especialmente hermoso es su análisis de la sensación de alegría íntima que la
protagonista experimenta cuando se aproxima lentamente al primer encuentro con
Ramón en el Retiro: “Quería disfrutar del paseo, por si terminaba siendo la
mejor experiencia del día. Lo que esperamos no siempre resulta estar a la
altura, pero los instantes de espera, cuando la ilusión aún se mantiene
intacta, y cuando se tiene la intuición de que se espera algo que vale la pena
y que podría llegar, son de los pocos espacios de placidez y plenitud que
conoce el alma humana. Me gusta tanto caminar, y esperar, como esperar mientras
camino” (pág. 47). Y valga otra muestra que da sentido a esta historia de amor
contracorriente: “La felicidad, ahora puedo recordarlo y contarlo, incluso
debo, existe y es pasear de la mano bajo el sol de Madrid, camino del metro,
después de haber desayunado tranquilamente, y que al llegar al metro cada uno
vaya a tomar una dirección distinta y eso no importe” (pág. 72).
Quien esto escribe
ha disfrutando leyendo esta sencilla novela de amor, que en el fondo supone, mutatis mutandi, un nuevo y elogioso
discurso sobre las Armas y las Letras.
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