sábado, 4 de febrero de 2017





UNA CAÑA DE PESCAR PARA EL ABUELO,
Xingjian Gao

El premio nobel Xingjian Gao no es solo un escritor de obras prolijas (La Montaña del Alma, El libro de un hombre solo), sino también un prolífico escritor que se adentra con acierto en la práctica del relato. Sin embargo, son pocos los cuentos de este libro que nos entusiasman. Si acaso dos. En el primero (“El accidente”) se transmite la desolación que puede sentirse ante la muerte de un hombre que va con su hijo pequeño, quien resulta ileso del percance. La indiferencia de la gente ante la muerte en un mundo dominado por las prisas y el caos circulatorio; y la indolencia de los hombres ante el dolor ajeno son dos aspectos que el autor pone emotivamente de relieve. Pervive en el lector la imagen de un hombre que limpia con agua a presión la arena que cubre una mancha de sangre, una señal que se diluye en la trepidante vida que se sucede.
Pero centrémonos en el cuento que da título al libro. Se trata de un excelente relato. Por lo general un cuento no puede salvar un libro como el que traigo hoy a este Espacio, pero la profundidad, la delicada poesía de su estilo, el modo de evocar un mundo desaparecido, la singular estructura de planos narrativos que el autor ofrece, son aspectos que justifican estas breves palabras.
El nieto –narrador omnisciente– que regresa a su ciudad es un atento observador de una realidad que ha cambiado radicalmente: “Te he comprado una caña de pescar con carrete, le digo, él carraspea desde lo más profundo de su garganta sin mostrar el menor entusiasmo".
El abuelo es un hombre fiel a sí mismo; cuida sus cosas porque también es un modo de ser fiel a su mundo; elabora sus cigarrillos de tabaco; sigue utilizando su vieja caña de pescar, recosiendo sus redes, haciéndose cada vez más enjuto y silencioso, como si fuera una avecilla a punto de desaparecer.
El regreso del joven a su casa permite un recorrido por la memoria para descubrir cómo todo ha sido transformado, aunque no siempre como hubiera sido conveniente. El autor censura, a través de un anciano desubicado, una idea del futuro que no respeta el paisaje ni las costumbres. Así sucede cuando busca la casa de su abuelo y el nieto solo encuentra "edificios y edificios, edificios y edificios...”.


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